Está nuestro amado templo del cortado mañanero hasta arriba de gente. Hay reservados almuerzos y cenas como si no hubiera un mañana. Tanto que nuestro querido escanciador de café y otras sustancias le ha dicho al becario –o sea, su hijo– que eso de irse con los colegas aprovechando estos días, ni jarto de grifa. No es una cuestión de turismo. En el local apareció una vez alguien con un mapa y un viejillo llamó a los de objetos perdidos de los municipas para decir que había un paisano extraviado. No. La cuestión es que entre que hay que pagar las botellas de aceite a 13 euros y la cartera no da para más, que las previsiones de lluvia son como para llorar, y que la mayoría de los aitites ya no están para lo del Imserso, el personal, en su mayoría, ha decidido quedarse en la ciudad. Eso sí, lo de hacerse uno con el sofá de casa tampoco está en los planes. Como dice uno de los abueletes, si ve una vez más Quo Vadis en la tele, igual el que le prende fuego a todo es él. Además, hay que cuidar de la progenie y eso es mejor hacerlo cerca de la barra de un bar, por lo que pueda pasar. Así que de recogimiento y pasión, poco o nada. Lo único, se ha pedido al barman que los pintxos de Semana Santa sean todos sin carne, por aquello de guardar las costumbres.