En Euskadi tendremos elecciones el próximo 21 de abril. En Catalunya celebrarán las suyas –siempre me ha resultado curioso el término celebrar con respecto a la cita con las urnas– apenas tres semanas más tarde, el 12 de mayo. Las europeas serán el 9 de junio. Y quién sabe si lo que suceda en esta caravana electoral, sumado a la ya de por sí efervescente actualidad política y judicial, puede desencadenar unas nuevas elecciones generales. Está visto que a Sánchez no le tiembla el pulso cuando se trata de firmar decretos de disolución y, ahora mismo, podría decirse que lo único que le falta es que aparezca por ahí una foto con Rubiales en República Dominicana. Con ese calendario en el horizonte cercano, el hartazgo del ciudadano medio con eso de ir a votar –y ojo no le toque madrugar y personarse en la mesa electoral– es más que comprensible.

Pero al empacho electoral se le suma otra muy triste derivada: el frenético y a veces también efervescente ritmo del panorama político-mediático español está ocupado por temas más bien chuscos. Especialmente cuando se activan determinados ventiladores. Repasemos: tenemos el caso del chófer que termina de ministro en la sombra, el del novio con las comisiones, el de las amenazas a los periodistas y los bulos… Todo ello es, además de poco edificante, el caldo de cultivo perfecto para que la gente esté harta de los políticos y, lo que es peor, de la política.

Pues contra ello, celebro que en Euskadi tengamos nuestra propia forma de hacer política. Y reivindico que la saquemos a relucir en este próximo mes de una campaña que se presenta tan apasionante como reñida. Hagamos una política más pausada, de menos bronca y grito, de más propuestas y mejor tono. Huyamos de la bronca, de las formas de Madrid, centrémonos en intentar resolver los problemas de la ciudadanía –que no son pocos– e intentemos trasladar propuestas concretas, constructivas y realistas de la forma más clara posible. Nos lo agradecerán.