Cada vez que la organizan, los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero tienen los tres mismos debates. El primero, sobre qué necesidad hay de correr por la razón que sea, con lo bien que se está apoyado en la barra de un bar. El segundo, sobre si pillar un kilómetro de la carrera para salir los del bar en comando por las calles de Gasteiz, idea que se descarta rápido, todo sea dicho, aduciendo problemas de cadera, corazón, artritis... excusas, vamos. El tercero llega, y este año no ha sido una excepción, cuando el personal decide ver el paso de la Korrika por la ciudad desde el local y por la tele, que el becario –o sea, el hijo de nuestro querido escanciador de café y otras sustancias– pone lo del streaming en un ti-ta. No, el debate no es sobre el euskera, ni sobre la presencia de políticos –¡qué afán de protagonismo!–, ni sobre nada sesudo. No. Lo que los aitites han cerciorado una vez más es la cantidad de jodidos pivotes plantados en casi todas las calles de Vitoria, bolardos plastiqueros mil que más de uno en la Korrika estuvo a punto de tragarse con patatas el lunes. Esta no es la ciudad de las rotondas, según los viejillos, es el paraíso de los instaladores y mantenedores de postes, herramientas del diablo que proliferan como setas.