Cada día cuesta más levantarse y tirar para adelante con nuestras vidas. Lo digo porque te levantas, desayunas, y lo cierto es que, cada vez más a menudo, las noticias dan ganas de volver a la cama. Cobra realidad la famosa maldición confuciana de “que vivas tiempos interesantes”.

A la auténtica carnicería y hambruna genocidas a la que Netanyahu y sus adláteres está sometiendo a Gaza, se añade el baño de sangre (literal) que Trump afirma que va a ocurrir de no ser elegido. Hay quien dice que lo dijo en el contexto de un discurso sobre lo que ocurriría en la industria automovilística estadounidense si no se aplicaran aranceles a coches chinos, pero tal y como lo he visto, se puede interpretar así, o se puede interpretar de forma bastante más amplia. La siguiente noticia fue que la ministra de Defensa nos dice que como sociedad, no somos conscientes de la “amenaza total y absoluta” de una guerra. Putin se crece en su indisimulada “autodesignación electoral”.

Tampoco olvidemos el cambio climático real y sus efectos, ni las pandemias que también son reales y que la ciencia corrobora que pueden volver. Vivimos en una sociedad en la que la tecnología es cada vez más protagonista, donde una rapidez endiablada convive con el ruido permanente y una hiperestimulación constante. Una sociedad en la que una disimulada dominación de nuestras emociones gobierna todos los ámbitos de nuestra vida.

Sin embargo, en las democracias imperfectas en las que vivimos, aún nos queda algo de poder de decisión para hacer algo al respecto. Todos los procesos electorales son importantes, y para nada quiero minusvalorar las ya próximas elecciones vascas y catalanas en sus respectivos ámbitos. Pero ante panoramas como los que se nos anuncian, unas elecciones como las europeas adquieren más importancia que la que les hemos atribuido hasta ahora, sobre todo si queremos detener autoritarismos y guerras que para nada queremos ver ni aquí, ni en ningún otro lugar.